Tienes cáncer y eres alérgica al tratamiento, ¿lo imaginas?

El cuerpo es el primero en saber cuando hay algo mal y lo manifiesta. Si no lo escuchamos, probablemente grite hasta que le prestemos atención. Nuestro cuerpo busca la manera de ser salvado.

Lisbeth inició con dolores abdominales dos meses antes de acudir con un médico. Cuando finalmente fue, el gastroenterólogo que palpó su abdomen ya para entonces muy abultado le indicó que no procedería con un chequeo más exhaustivo por su parte ni le recetaría medicamentos, era necesario realizar exámenes y un ultrasonido de manera urgente. El ultrasonido estaba programado para el día siguiente, pero el dolor empeoró esa misma tarde y comenzaron los calambres en las piernas que la hicieron llegar a la emergencia del hospital.

La mañana del ultrasonido programado estaba ingresando a quirófano para que le retiraran la matriz y sus dos ovarios debido a unos quistes. “Vas a quedar como nueva” le dijo el médico. Entró confiada, pero mientras la anestesia la adormecía por completo, escuchó al cirujano decir: “Llame a la hija, necesitamos una autorización (…) Tenemos un CA de ovario, es urgente”.

“En ese momento tuve mucho miedo. Esa mujer que toda la vida había sido valiente y que había enfrentado tantas situaciones difíciles, se desmoronó”.

Al despertarse de la cirugía y llamar a su hija confirmó su diagnóstico: cáncer de ovario en etapa 3, casi llegando a etapa 4. Así comenzó el camino que nunca esperó recorrer, pero siempre temió. Su madre había muerto de cáncer. Lo que Lisbeth no sabía era que su trayectoria contra la enfermedad traería complicaciones que jamás hubiese imaginado.

Los tumores de 12×12 y 10×10 cm, uno en cada ovario, ya habían comenzado a salirse de su lugar. La quimioterapia debía iniciar de manera inmediata y así fue.

20 gotitas. Eso bastó para que sintiera cómo su cuerpo rechazaba el medicamento. Sintió un golpe en el pecho y en los pulmones, su boca se puso seca. No sabía lo que le estaba pasando, pero definitivamente algo no estaba bien y el miedo se apoderó de ella.

“Creí que me iba a morir. Se me estaba saliendo el corazón del pecho”.

35 minutos después salió con ronchas en todo el cuerpo y la sensación de haberle ganado a la muerte, pero con la incertidumbre de si a la próxima quimioterapia lo haría. Para la segunda los síntomas se agudizaron, tuvieron que quitarle el medicamento y pasó dos meses y medio sin quimio.

“Tuve que prepararme a mí y a mis hijas. Compramos un seguro funerario; comencé a heredarles mis cosas y les dije cómo quería que me vistieran y me maquillaran si me moría. Incluso compramos una peluca”.

La tercera quimio probaron con un nuevo medicamento que el oncólogo le garantizó que nunca le había dado alergia a nadie. Resultó ser el más tóxico de todos. Sin saber cómo, porque tuvieron que dormirla, logró terminarla. Pero al despertar el médico le indicó que no podían seguir intentando. Lisbeth, sabiendo que no podía seguir retrasando más su tratamiento pidió probar otro, pero la respuesta fue contundente:

“No quiero entregarle el cadáver a su hija, la próxima vez su corazón va a sufrir”.

Efectivamente, su corazón y sus riñones sufrieron daños por las tres quimioterapias que le habían realizado. Comenzó entonces la búsqueda de alergólogos que pudieran ayudarla, pero de cada uno obtuvo la misma respuesta: no trataban ese tipo de alergias.

El calvario de Lisbeth vio su fin cuando su oncólogo la remitió al Hospital El Pilar, donde su colega, la Doctora Vega, le devolvería la esperanza gracias a un procedimiento llamado desensibilización.

La desensibilización consiste en administrar al paciente por vía intravenosa la dosis terapéutica prescrita por el oncólogo en pequeñas cantidades, incrementándolas de forma progresiva hasta conseguir la tolerancia a la alergia. “Es una técnica de alto riesgo porque se expone al paciente a un fármaco al que ha presentado hipersensibilidad” menciona la Doctora. En otros países, como en España, donde ella se formó, este procedimiento es habitual. En Guatemala es la primera vez que se realiza.

Lisbeth tuvo que reiniciar su tratamiento en El Pilar debido a que todas sus quimioterapias anteriores habían sido irregulares. Pero desde la primera desensibilización, en el intensivo, toleró el medicamento. Las reacciones y complicaciones son cosa del pasado, su marcador tumoral ha bajado y su penúltima quimio ya no fue en el intensivo.

“Yo estoy viva gracias a que llegué aquí”

 Las quimioterapias son ahora un momento donde Lisbeth recupera la fe y tiene la esperanza de que todo va a estar bien. “Es un día que me gusta” dice al contar la relación de confianza que ha generado con sus médicos y las enfermeras y lo consentida que se siente al poder recibir el tratamiento en una camilla, porque no soporta sentarse en una silla café, trauma derivado de sus experiencias anteriores. Además —añade—, la comida del hospital es muy rica.

Hoy Lisbeth se encuentra agradecida con la vida y con Dios por haberle dado una oportunidad y ponerla en el camino indicado con médicos que supieron encontrar su afección y pudieron tratarla. Cuenta su historia con la esperanza de que otras personas que se encuentren en la misma situación —pues asegura que durante sus primeras quimios vio a otros pacientes sufriendo al igual que ella— sepan que existe la desensibilización y que puede salvarles la vida. De no ser por este procedimiento, su historia no sería la misma.

Artículo escrito por Isabel Velásquez

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