Homenaje a colaboradores que se jubilan después de 30 años de labor.
El tiempo fluye constante y lleva consigo historias, memorias y cambios. Para quienes han laborado en Hospital El Pilar durante largos años, llega el momento donde el tiempo y la dedicación se entrelazan para despedirse de su servicio incansable, que a tantos pacientes y colegas ha marcado.
Julia Quelex entró a trabajar en el hospital el 1 de julio de 1991 en el área de lavandería. Posteriormente, la Madre Isabel la envió a limpieza en encamamiento, donde también se encargaban de llevar los almuerzos y el agua a los pacientes. Aprendió el trabajo en el quirófano siendo la encargada de realizar la limpieza después de cada cirugía y después volvió a encamamiento, donde actualmente se encarga de la limpieza del encamamiento A.
Su relación tan directa con el paciente de forma implícita dejó una huella en su vida.
A pesar de no estar involucrada directamente en su recuperación, recuerda con nostalgia las conversaciones con algunos pacientes y la sensación de satisfacción al ver que un paciente se había retirado de la habitación ya recuperado.
Hoy, Julia, después de 32 años, está por jubilarse. Un sentimiento de tristeza la embarga, dejar toda una vida en su segunda casa no le resulta fácil. Pero su compromiso de realizar un trabajo de calidad le dio la convicción para irse con la frente en alto del hospital. Sin lugar a duda lo está haciendo, Julia es un claro ejemplo de profesionalismo y dedicación que agradecemos en esta institución.
La jubilación es una puerta que se abre hacia nuevas etapas y un descanso más que merecido, pero a su vez marca el final de una etapa en la que se ha contribuido significativamente. En cada rincón de las paredes de este hospital cada colaborador ha dejado una huella imborrable, al igual que lo han hecho en cada paciente, cada día, cada turno, con su sonrisa inquebrantable para levantar los ánimos; y el amor, la compasión y la pasión con la que han desempeñado su labor durante tantos años.
Pero hay adioses obligados que duelen, como el de Aura Rodríguez, que después de 33 años trabajando como camarera en el hospital renunció por una artritis que la incapacitaba.
Hospital El Pilar fue su único lugar de trabajo. Aura se fue agradecida por el trabajo que le ayudó a sostener a su familia y con planes de dedicarse a ella, su familia, su casa y a sus plantas.
Tantos colaboradores fueron testigos de su arduo trabajo y compromiso durante treinta años, demostrando que la dedicación a una causa noble trasciende las horas del reloj.
Compartimos la nostalgia que siente cada trabajador que se ha ido y deseamos que esta nueva etapa en su vida esté llena de experiencias gratificantes, tiempo para el autocuidado y la oportunidad de explorar nuevos horizontes.
Aunque estén dejando sus roles formales en este hospital, sepan que su impacto perdurará y formará parte de la historia de El Pilar. Gracias por ser una pieza importante de esta gran familia. Que la pasión y dedicación que trajeron a este lugar los acompañen en cada paso que den.